Estamos moldeados por el lugar y el tiempo, por las manos que nos cuidan, las voces que amamos, por las raíces que hundimos en la infancia, y por los ecos de nuestra juventud.
Todo lo vivido deja huella en la piel del alma: la elección del amor, los vínculos que tejemos, el rincón del mundo que elegimos llamar hogar. Y entre todo lo que nos toca, también están los aromas. Olores que, como brisa suave, llegan para despertar recuerdos dormidos, para encender emociones ocultas.
El perfume del pasado se cuela en el presente, pues la nariz susurra secretos al corazón, despertando paisajes de lo vivido, el regreso de un instante que creíamos perdido. Un aroma extraño, quizás, al principio, como una ciruela amarga o una miel exótica. Entonce, despierta la memoria, lentamente, y con el tiempo se revela un lazo familiar, como el primer sorbo de té caliente en manos frías. Bergamota y hojas de roble, dos tipos de té en un solo aliento. Un equilibrio tenue, suave y firme, fresco pero cálido, cercano.
Chai no es un grito, no busca llamar la atención, pero siempre está ahí, como un susurro, una presencia constante, como el aroma que, sin buscarlo, nos envuelve y nos abraza, familiar y eterno, como la esencia misma de la vida.